AL FIN TERMINÓ LA GUERRA… (reflexión)

Al fin terminó la guerra, por fin; el anuncio del cese al fuego se dio pasada la una de la madrugada y la gente que se enteró fue enterando a los demás y así sucesivamente.

Aquella gente que en esa hora dormía (los que podían) se enteró llegado al amanecer yentre la duda y la sorpresa lloraban de alegría o de algún sentimiento nuevo que la humanidad no había bautizado aún , pero era una mezcla entre la tristeza por todo lo ocurrido, la frustración de que no hubiera terminado antes, la felicidad de que gracias al cielo, la pesadilla había concluido y el miedo a que dicha paz sólo fuera un rumor, una estrategia o una vez más una falsa noticia y que tan sólo se tratara del preludio de una destrucción mayor, todo eso junto.

Ese nuevo sentimiento era muy parecido a la duda y a la confusión; sólo que las anteriores eran más bien catalogados como pensamientos, ahora finos lectores dense una idea de trasladarlos al sector del sentir, el que intuye, el que palpa, el que goza. Sufre o el que  padece así, sin pedirlo; sin la más remota posibilidad de reflexionarlo, mucho menos de desearlo.

Estaba claro que además de toda reconstrucción de los pueblos devastados ahora también había que reconstruir otras cosas como los sentimientos y rebautizarlos y aprender a vivir con ellos tal y como se vivió con los ya existentes.

Al fin terminó la guerra y no solo olía a pólvora, olía también a sangre; ese olor tan peculiar con el que la mayoría no estábamos familiarizados. Una persona común del mundo corriente en su vida tenga contacto acaso con su propia sangre y eso después de un pinchazo con la aguja de coser, una hemorragia nasal debido a un golpe de calor, un accidente con el cuchillo por cortar cebolla o desafortunado accidente mayor y en esos momentos apenas es posible conocer vaga y sutilmente el olor de esa sangre y en puntos más vampíricos hasta el cobrizo sabor; pero el olor a grandes cantidades al grado deimpregnar la atmosfera y saturar el aire que respiren todos por fortuna (y mala fortuna, desde luego) sólo la conocen estas regiones que han pasado por la guerra y esta de más decir que pocos (siempre menos de los que en un inicio) viven para contar y describir la experiencia de olfatear a tales dimensiones el vital líquido que circula en nuestras entrañas.

Pero al fin terminó la guerra y no sólo huele a lo antes descrito; también huele a miedo, sí a miedo; ese olor que se dice sólo pueden detectar los animales antes de atacar y que ahora la humanidad, -al menos este sector que sufrió esta pesadilla tendrá que arreglárselas para vivir con ese tufo en el ambiente- y esperar a que varias generaciones más tarde, tras la reconstrucción de una vida normal (si es que eso ocurre alguna vez) se vaya diluyendo ese aroma, a un nivel imperceptible; tanto que haya que explicarle a los tataranietos lo que era vivir con ese hedor.

Pero hoy se acabó la guerra y se podría hacer tremenda fiesta de no ser por los escombros, los muertos y desaparecidos a quienes aún se les llora. De no haber esta tragedia con niños desnutridos, hombres mutilados, mujeres rapiñando algo de comer entre lagrimas y gritos de reclamo. Sin duda sí, de no haber todo esto habría una fiesta.

Nunca nada será igual y al mismo tiempo nada cambió, la gente rica lo sigue siendo y apenas si se enteró muy por encima de la desgracia de los otros. Los pobres lo son aún más, pero también son menos, por alguna lógica razón (que desafía toda lógica) son siempre los más desfavorecidos quienes engrosan las cifras de muertos en esta y en la mayoría de las desgracias existentes.

Al fin terminó la guerra y la promesa de paz se alimenta de famélicas raciones de esperanza que sobrevive en los esbozos del resurgimiento de una vida normal; de salir a la calle en busca de algún empleo, de regresar a lo que quedó de la escuela, de los negocios, de las casas; orando entre lección y lección para que un estallido como el sufrido ya no vuelva a acabar con todo.

Iglesias y hospitales no dejan de recibir personas necesitadas de algún malestar, en la mayoría de los casos sólo reciben palabras con frialdad, pero esa poca interacción con otra gente lo que les permite algo de comunicación.

Terminó esta pesadilla y quienes viven para despertar de ella son quienes no duermen ya ni el sueño eterno, mismo que se llegó a pensar que era el mejor camino para dejar de sufrir, con todo esto poco a poco vuelven las risas, la confianza en el otro, otra vez se mira la gente entre si y la costumbre volvió de nuevo.

Se respira de nuevo la paz, aunque huela diferente, nunca nada será igual, aunque se deba aprender a vivir con ausencias, con el dolor, con el miedo, porque a veces no queda de otra, con el cielo gris lleno de humo y de polvo y al que de cualquier manera se le agradece con las manos hacia el que este flagelo haya culminado por el momento y aunque sea imposible saber por cuanto tiempo.

“Dedicado a todas aquellas comunidades de México y del mundo que han padecido y padecen hoy en día el odio, el egoísmo y la frialdad de personas sin escrúpulos, sin moral y sin corazón”.

Autor-Rafael Gómez Guido.